viernes, 3 de enero de 2020

Mi jefa Claudia y yo

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Otra historia... Imaginaria?

-Ortejo! Ven acá! Por enésima vez, mi jefa Claudia me llamó a su oficina para regañarme. Me molestaba como pocas cosas eso, pero sus pies eran deliciosos. Intenté concentrarme para poder, por fin, lograr una foto de sus pies. O al menos de uno, por debajo del escritorio. Me fijé que mi celular tuviera la cámara sin sonido, y sin flash, apagué la pantalla, y caminé hacia ella. Estaba intentando no aparecer nervioso frente a ella, pero la combinación de miedo al despido, y la excitación que se me notaba bajo el pantalón, no me iban a ayudar a eso. Al entrar, vi que tenía los pies recogidos debajo de su silla, por lo cual, no podía verlos bajo el escritorio. Tendría que ser paciente. Comenzó a regañarme, pero sin tanto apasionamiento, y en ese momento, le entró una llamada al teléfono de la oficina. Aunque había una cámara de seguridad en su oficina, sobre su cabeza, los movimientos que se hicieran bajo la parte externa del escritorio no se notarían, así que simulé estar viendo mi WhatsApp mientras ella tomaba su llamada. Estiró su cuerpo, por lo que sus piernas también se estiraron, y uno de sus pies sobresalió, lo que me indicó que tenía cruzada la pierna. Tomé la foto. La voy a adjuntar aquí. Con el pene a punto de explotar, guardé el celular para poder estar tranquilo. Uno como hombre, es lo bastante estúpido como para pensar que le ganó a la mujer. Ja... Claro que no. Ella colgó el teléfono y siguió mi mirada con la suya. Me dijo que quería que la acompañara a la otra oficina, y que nos iríamos en su carro. La camioneta tinto oscuro nos esperó, y cuando llevábamos un par de cuadras, un semáforo dio la oportunidad de que me dirigiera la palabra. -Ortejo, he notado que me miras mucho los pies. ¿Te puedo preguntar porqué? Me quedé paralizado. No sabía cómo se pudo haber dado cuenta. La boca no la pude cerrar, y sólo pude balbucear. Sus escasos 5 años mayor que yo, la hacían enormemente apetecible. Todas las cirugías costosas, aún más. Se había puesto buenísima para su marido. Pero nadie jamás podría alterar la forma de lo que más me gusta: los pies de una mujer. Y me llamaban mucho la atención, a pesar de que no eran del tipo que me gusta. De una forma algo gordita, se le hacían como en forma de sándwich alargado, casi sin arco, a menos que se pusiera unas sandalias blancas que yo amaba. Sus dedos, también regordetes, mostraban una uña alargadita pero no muy grande, por eso parecía no muy esbelto, ni mucho menos de forma cuadrada y definida, como a mí me gustaban. Eran más de formas redondeadas. Pero qué buen color de piel. Antes de que yo pudiera hablar, me ganó el diálogo. - La otra vez me mojé bajo la lluvia, y me metí a la oficina para secarme los pies, porque ni modo que me resbalara con esas sandalias, ¿verdad? Me la pensé mucho para quitármelas, y finalmente lo hice. Pero pues... no era porque me fueras a ver, o al menos, no porque yo ya lo hubiera notado. Así fue como lo noté. Jamás dejaste de vérmelos, y fue una mirada como la que tienes ahorita. Y como yo ya he sabido que hay hombres que les excitan los pies de mujeres, quiero saber lo que se siente. Vamos al motel que sigue. Me quedé petrificado. Pero mi pene más, cuando vi que en verdad nos íbamos al motel. -No te vayas a creer que vamos a tener sexo, ¿eh? - Le respondí -No, sólo quieres que te adore tus pies. -Adorar, ¿eh? ¿Así se dice? Qué buena palabra... - Te haré cosas que no te imaginabas. - Y con esa promesa, entramos al motel, pagó y nos metimos. Al entrar al cuarto, caminó directo hacia la cama y al sentarse, me hinqué. Le tomé las tiras de las sandalias, y se las desabroché, para jalarlas con mis dientes. Volteé a verla a la cara y estaba sonrojada. Procedí a hacer lo mismo con el otro pie, no sin antes levantar su pierna para apoyar su talón en mi hombro. -¿No te huele muy fuerte? - Así es como debe oler, Claudia.- Cuando se los quité, le junté los pies y los puse frente a mi cara, mientras yo cerraba los ojos y ella los abría mucho. Los lamí y comenzó a moverse demasiado. -¿Te dan muchas cosquillas? - ¡Sí! ¡No hagas eso! - ¿Entonces cómo te los voy a adorar? - ¡No sé! Haz otra cosa. - Sin volver a sacar la lengua, le bajé un poco un pie, y me metí en la boca todo su dedo gordo derecho. Enloquecí mientras ella se reía más. -¡No, no te quiero patear! ¡Déjame! - Recargó su pie izquierdo contra mi pecho, y lo bajé hasta mi pantalón. Apreté su planta derecha contra mi cara, y ella, con una combinación de ternura y estupor, empezó a mover sus dedos en ambas patitas. Los de mi cara fueron con ternura, o eso sentí, y los de mi entrepierna, fueron con excitación. Me bajé el cierre, y los dedos de ella buscaron bajar el calzón. Mi gran verga salió y ella me dijo que nunca había tocado una con el pie. Al hacerlo, dijo que le había asombrado lo caliente que se sentía. Me pidió que eyaculara sobre sus pies, porque nunca se había imaginado que pudiera pasar algo así. Me tomé el miembro con ambas manos, y frotando el glande con la izquierda, lo agarré fuertemente con la derecha mientras lo jalaba y lo regresaba. Eran tan furiosos mis movimientos, que resoplé y no tardé en venirme. Todo salió con tanta fuerza, que mojé su pantalón, y pensé que le mancharía la cara a Claudia. Obviamente no era posible. Ella sonrió mientras se enderezaba, y tomando mi miembro, lo limpió con la lengua. Estaba yo tan sensible, que tuve que suspirar muy ruidosamente. Claudia se sintió muy emocionada, y me dijo, "Te dije que no me la ibas a meter". Íbamos de vuelta a la oficina, y al ver que manejaba completamente descalza, me dije a mí mismo que era muy bueno que no se la hubiera metido. Ahora Claudia olería todo el día a mí.

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